E l d e r M i cha e l J ohn U. T eh
De los Setenta, enero 2009
Un episodio de la vida del Profeta tuvo una influencia muy grande en mí cuando era joven:
“Tarde, por la noche, José se encontraba acostado,
durmiendo profundamente por el cansancio…
Momentos después, una turba enfurecida abrió la puerta de un golpe y… lo agarró;
y, cuando lo estaban arrastrando, Emma gritó…
“… Un grupo se reunió… para llevar a cabo un consejo…
Una vez que el consejo llegó a su fin,
los líderes de la turba dijeron que no lo matarían,
sino que lo desnudarían, lo azotarían y lo dejarían con la piel desgarrada…
Lo amenazaron con una palmeta maloliente por el alquitrán que tenía
e intentaron metérsela a la fuerza por la garganta…
“Luego que lo hubieron dejado, José intentó levantarse,
pero se volvió a caer por el dolor y el agotamiento.
Sin embargo,
logró sacarse el alquitrán de la cara para poder respirar bien…
“José, después de conseguir algo que lo cubriera,
entró en la casa y pasó la noche limpiándose y curándose las heridas…
“La mañana siguiente, por ser el día de reposo,
la gente se reunió a la hora acostumbrada para la adoración.
Entre ellos se encontraban algunos de los integrantes de la turba…
“Con el cuerpo todo amoratado y lleno de cicatrices,
José asistió a la reunión
Y se paró ante la congregación,
enfrentando con calma y valentía a las personas que lo habían agredido la noche anterior.
El sermón que dio fue impactante,
y ese mismo día tres creyentes fueron bautizados en la Iglesia” 1.
No puedo siquiera imaginarme el dolor y el malestar que debe de haber soportado el profeta José.
Tenía razones de sobra para no predicar a la mañana siguiente;
sin embargo,
ni ésta ni otras experiencias similares o de consecuencias peores le hicieron faltar a sus responsabilidades.
¿Cómo entonces,
podemos nosotros justificarnos si no cumplimos con nuestras obligaciones
por causa de una incomodidad o un obstáculo menor?
A medida que nuestra dedicación y fe aumenten,
estaremos más cerca de nuestro Padre que está en los cielos.
“Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí” (Isaías 58:9).
“…entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios;
y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
“… y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás” (D. y C. 121:45–46).