lunes, 15 de diciembre de 2008

Mirad a vuestros

Pequeñitos

Por el presidente Gordon B. Hinckley

El presidente Brigham Young

dijo una vez:

“Todo niño ama las sonrisas de su madre,

pero odia sus entrecejos.

Recomiendo a las madres que no permitan

que sus hijos se entreguen a cosas malas,

pero que al mismo tiempo los traten con ternura”

(Enseñanzas de los Presidentes de la

Iglesia: Brigham Young,1997, pág. 357).

Y añadió:

“Críen a sus hijos en el amor y el temor del Señor;

evalúen su disposición y su temperamento y

procedan de acuerdo con éstos,

y nunca se inclinen a reprenderles en medio del enojo;

enséñenles a que les amen y no a que les teman”

(Enseñanzas, pág. 182).

Claro que dentro de la familia

existe la necesidad de disciplinar a los niños.

Pero la disciplina severa,

la disciplina cruel,

lleva inevitablemente, no a la corrección,

sino al resentimiento y a la amargura;

no cura nada, sino que sólo agrava el problema

y destruye en vez de edificar.

El Señor,

al dar a conocer el espíritu con que se debe

gobernar Su Iglesia,

también ha dado a conocer el espíritu

con que se debe gobernar el hogar,

con estas maravillosas palabras de revelación:

“Ningún poder o influencia se puede ni se debe

mantener...

sino por persuasión, por longanimidad,

benignidad, mansedumbre y por amor sincero;

“...reprendiendo en el momento oportuno con severidad,

cuando lo induzca el Espíritu Santo;

y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido,

no sea que te considere su enemigo;

“para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que los

lazos de la muerte”

(D. y C. 121: 41, 43–44).

Milagros modernos

Milagros modernos

Presidente Thomas S. Monson





Hace casi 50 años conocí a un muchacho, un presbítero,

que poseía la autoridad del Sacerdocio Aarónico.

Siendo yo su obispo, era también su presidente

del quórum. Ese joven, llamado Robert, era tartamudo;

no tenía ningún control.

Tenía complejo de inferioridad, era tímido, tenía miedo de sí mismo y de la gente,

y le abrumaba sobremanera el impedimento

que tenía en el habla.


Jamás cumplió una asignación;

nunca se atrevía a mirar a nadie a los ojos;

siempre se le veía cabizbajo.

Mas un día,

tras una serie de circunstancias poco comunes,

aceptó la asignación de ejercer

su responsabilidad de presbítero para bautizar a otra

persona.

Me senté a su lado

en el bautisterio

del sagradoTabernáculo.

Él llevaba ropa de blanco inmaculado y

estaba listo para la ordenanza que estaba a punto de

llevar a cabo.

Le pregunté cómo se sentía.

Con la cabeza gacha y tartamudeando al punto de que su habla era casi

incoherente,

me dijo que se sentía terriblemente nervioso.

Juntos oramos fervientemente a fin de que pudiera

cumplir con su deber.


Entonces, el que oficiaba leyó las palabras:

“Ahora, Nancy Ann McArthur será bautizada

por el hermano Robert Williams, presbítero”.

Robert se alejó de mi lado,

se metió en la pila,

tomó a la pequeña

Nancy de la mano y la ayudó a entrar en el agua

que limpia la vida del ser humano

y proporciona un renacimiento

espiritual.

Elevó entonces su mirada como hacia los cielos,

y manteniendo su brazo derecho en

forma de escuadra,

pronunció las palabras:

“Nancy Ann McArthur,

habiendo sido comisionado por Jesucristo,

yo te bautizo en el nombre del Padre, y del

Hijo, y del Espíritu Santo”.



No tartamudeó ni una sola vez;

no titubeó; no vaciló;

se había manifestado un milagro moderno.




viernes, 5 de diciembre de 2008

Podemos ser grandes almas a cualquier edad


GRANDES ALMAS A CUALQUIER EDAD

“Para ser grandes almas en el cielo,

Tenemos que ser grandes almas aquí.

A Cualquier edad, debemos ser líderes en la rectitud, líderes en cumplir con nuestro deber,

Líderes en aceptar la responsabilidad, líderes en la excelencia, líderes en la laboriosidad,

Líderes en la bondad, líderes en la obediencia, líderes en el ejemplo.

El que un presidente del quórum De diáconos sea un buen Líder en su zona de influencia

es tan importante como el que el Presidente de la Iglesia lo sea en la suya.

Ningún ejército nacional sería poderoso si sólo fueran fieles los generales”.

Elder Stirling W. Sill (1903–1994), de los Setenta,

“A Personal Observation:

The Problem Is Always the same”, Ensign, marzo de 1973, pág. 36.